Praisequeen está a tiro de piedra, y gracias a la Internet, es más accesible que nunca. Su espacio es un himno al caos erótico, sin etiquetas que pongan límites a lo que se experimenta allí. Esta reina no necesita etiquetas; su espectáculo es una jodida montaña rusa de placer y lujuria. La cámara ni siquiera alcanza a captar toda la intensidad que despliega.
Su habitación es como entrar en el Versalles del desenfreno: piel, sudor y una cámara que nunca se toma un descanso. No hay que ser un filósofo para entender que Praisequeen sabe cómo poner del revés el mundo del entretenimiento para adultos. Su show es una mezcla de porno amateur con la sofisticación de quien no sigue un guion. Fácilmente podría escribir un libro sobre cómo dejar boquiabiertos, pero prefiere mostrarlo.
